jueves, 27 de junio de 2019

Leyenda del castillo de La Pedraza, en Segovia.

Además de la variada mitología que hay en nuestro país, por toda la geografía abundan pueblos, ciudades y edificios que son conocidos por las leyendas acerca de fantasmas que habitan en ellos, fenómenos paranormales ocurridos entre sus paredes o historias truncadas de amores imposibles. Muchas de ellas han sido transmitidas de generación en generación. Incluso en varias de estas capitales se organizan visitas guiadas en las que, de manera teatralizada, cuentan las historias de misterio que sucedieron tiempo atrás, al abrigo de la luz de la luna para añadir emoción. Esta es una pequeña selección de algunas de ellas, unas famosas y otras no tanto, para que cuando hagamos turismo por estas ciudades, conozcamos sus secretos.

CASTILLO DE PEDRAZA

En Pedraza se conserva intacta su esencia medieval. Es conocido por su famosa Noche de las Velas, que alumbran todo el pueblo mientras suena de fondo la música de un concierto. El castillo encierra una misteriosa historia de amor y venganza. Se cuenta que Elvira y Roberto, dos enamorados de la zona, fueron asesinados por los celos del señor del castillo, que estaba enamorado de Elvira.

En los primeros años del siglo XIII, existía (y existe) en Pedraza, provincia de Segovia, un formidable y suntuoso castillo, de anchos muros, flanqueado de altas torres almenadas y rodeado de un foso, que hacían de él una fortaleza inexpugnable. Lo habitaba el noble Sancho de Ridaura, guerrero y señor generoso a quien idolatraban todos sus vasallos.

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 (Castillo de Pedraza en la actualidad)

En una aldea de sus dominios vivía una humilde muchacha, de gran belleza, hija de unos pobres colonos, y en una casa próxima habitaba un joven labrador, trabajador y honrado, que estaba enamorado desde niño de la muchacha. Juntos habían crecido, confundiendo sus juegos y sus risas con un profundo e invariable amor.

El señor del castillo vio un día a la muchacha, y quedó ciegamente prendado de tanta hermosura, tanto fue así que valiéndose de sus derechos feudales la hizo su esposa, elevándola de su humilde condición a rango de noble castellana.

Destrozado quedó el corazón del joven al tener que renunciar a su amor, en su condición de siervo no podía disputársela a su señor, y como no encontraba consuelo humano, fue a ocultar su dolor en la dulce paz de un monasterio. Allí se entregó a la oración y con el amor de Dios fue cicatrizando suavemente su herida.

Pasó el tiempo, y los nobles castellanos vivían felices. Pero habiendo muerto el capellán del castillo, el cristiano señor pidió al cercano monasterio que le enviara al monje más virtuoso de todos ellos, para reemplazar en sus funciones al fallecido sacerdote. El abad eligió de entre todos los frailes, como el más humilde y devoto, al antiguo adorador de la bella doncella, y le envió sin saberlo junto a ella. Confusa quedó la misma al reconocer al nuevo capellán, aquel muchacho de sus juegos infantiles, por el cual sintió un profundo amor y que ahora tendría que vivir con ellos entre los muros de la fortaleza. Presintiendo el peligro que supondría el volver a renacer aquellos sentimientos, procuraba evitarle en todo momento. El por su parte, hacía lo propio y acallaba sus sentimientos con rezos y fuertes disciplinas.

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Ocurrió entonces la invasión de los almohades, y Alfonso VIII organizó rápidamente la defensa de Castilla, con la ayuda de los reinos vecinos y la cooperación de los nobles castellanos, que abandonaron sus dominios y acudieron con sus tropas al auxilio de la parte de España que tras cientos de años habían logrado reconquistar.

Partió al mismo tiempo el noble castellano del castillo de Pedraza, que al frente de sus huestes se distinguió por su heroísmo en todas las batallas contra los moros, y se llenó de gloria en la de las Navas de Tolosa, donde los cristianos rompieron las cadenas de la tienda que protegía al dirigente musulmán e infringieron una gran derrota a los invasores, estas cadenas se conservaron desde entonces grabadas en el escudo de España, son las cadenas de Navarra, puesto que fue el rey de este reino el que las rompió.

Cubierto de gloria, regresó el caballero a su castillo, todos los vasallos acudieron en masa para aclamar al guerrero victorioso y rendirle homenaje.

En el umbral, rodeada de sus servidores, esperaba su esposa. El señor, después de saludar agradecido a sus siervos, atravesó el puente levadizo y radiante de gozo fue a abrazar a su esposa, que turbada se desmayó entre sus brazos.

Pensativo y confuso quedó el caballero ante la extraña actitud de su esposa, e intentó de informarse por uno de sus más antiguos criados. Supo por él que la intachable fidelidad de su esposa, durante su ausencia había sido al final empañada por su inextinguible amor por el fraile.

Al día siguiente, reinaba en el castillo un gran bullicio, el caballero recibía con fingida alegría  las visitas de otros nobles que acudían para darle la bienvenida. Para celebrar el triunfo se preparó una gran cena, al banquete estaban invitados todos los nobles del reino.

Llegado el momento, se sentaron a la mesa todos los comensales presididos por el señor y su esposa. Al final el ilustre guerrero, con voz elocuente, manifestó que iba a otorgar ante todos el premio merecido a los servicios excepcionales que en su ausencia se habían prestado.

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El señor dio orden a sus servidores de que le trajeran una corona. Al momento entraron dos vasallos vestidos con brillantes armaduras, llevando sobre una enorme bandeja de plata una corona de hierro, cuya parte inferior estaba erizada de púas enrojecidas al fuego. Los dos hombres se acercaron con ella al fraile, y el caballero calzándose unos guantes de acero, colocó él mismo la corona sobre la cabeza del fraile mientras decía:

-La recompensa por tus servicios.

El fraile, tras agónicos gritos de dolor cayó al suelo. Quiso luego el caballero dirigirse hacia su esposa pero ésta había desaparecido. Salieron en su busca y la encontraron en sus aposentos con el corazón traspasado por una daga.

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Los siglos pasaron y el castillo se abandonó hace mucho tiempo, pero aún hoy en día las gentes de aquella comarca afirman que cierta noche del año en el ruinoso castillo dos extrañas figuras resplandecientes coronadas por una orla de fuego pasean por las derruidas almenas, siempre juntas a pesar de su dolor.

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